Obra: La Gata Bajo El Tejado de Zinc Caliente

15 agosto, 2022

Por Miguel Alvarado Natali 

Basada en el libro del desaparecido y reconocido escritor estadounidense Tennenssee Willians (premio Pulitzer 1955), La gata sobre el tejado de zinc caliente, se está presentando en el confortable Teatro Municipal de Las Condes, con la dirección de Álvaro Viguera y un elenco de lujo de actores nacionales. Estrenada en Broadway en 1955 y llevada al cine por Richard Brooks en 1958 se convirtió en todo un clásico candidata a seis premios Óscar y las actuaciones de Paul Newman y Elizabeth Taylor.

“La gata sobre el tejado de zinc caliente”, es un drama que se va configurando rápidamente, donde hay un par de pequeñas chispas que harán reír al público en las intervenciones de la Madre (Catalina Saavedra). Es el cumpleaños 68 del patriarca de la familia (Willy Semler interpretando a Papi), quien es dueño de 13 mil hectáreas productivas. Él está enfermo y sus dos hijos con sus familias se reúnen en esta gran casa familiar, no solo para  lo que podría ser la última celebración, sino para velar por los interés de una evidente herencia, que deja al descubierto que el hijo perfecto, educado y trabajador  no es tal, que la nuera ideal que ha llenado la casa con nietos tampoco lo es y que el hijo alcohólico con su joven y sensual esposa podrían ser los preferidos, provocando un conflicto, lleno de envidias, rencores, ambiciones y donde el oportunismo es aprovechado pese al dolor de una evidente muerte del padre.

Apabullante actuación de la actriz Antonia Santa María en el papel de Mía. Un personaje sólido, potente, que tiene credibilidad desde el principio, aunque el público al comienzo la podría percibir como la Gata malévola. Ella se roba la escena, las miradas. Sus gestos y desplazamientos en el escenario son impecables y su trabajo está por sobre el resto del elenco, sin desmerecer el excelente reparto, que tiene además a quien hace de su esposo, el actor Guilherme Sepúlveda (Cris), que lo vimos hace un par de meses en Pompeya – de gay cafiche y proxeneta-, ahora en el  papel del hijo alcoholizado, realiza una estupenda interpretación. En  tanto, Elisa Zulueta, es Laura, la esposa del otro hijo de la familia, mantiene un buen desempeño, con un personaje  bastante parejo. Es la eterna embarazada, pero preocupada por el rol que debe jugar ella y su marido en la administración del patrimonio de la familia. Además debemos desatacar que esta actriz realizo la adaptación de esta obra, la pregunta es, sí se debería haber chilenizado un poco más el texto. Los otros roles, Catalina Saavedra (Mami) y el de Ricardo Fernández (Thomas), tienen pocas intervenciones, sin embargo la entrada a escena de Willy Semlere (papi) es la que provoca el respiro en la tensión que transmitían los personajes principales de Antonia Santa María ( Mía) y Guilherme Sepúlveda (Cris). Es el padre de la familia que va poniendo a cada miembro en su sitio, aportando a que afloren esos dramas ocultos y esas falsas caretas que harán que se desencadene el drama.

 Con una escenografía simple, pero bastante  funcional de una habitación  grande y cómoda. Una cama de dos plazas con sus veladores y al costado un espejo para maquillarse con su respectivo mueble y silla. Además una mecedora, un sofá y un bar. Atrás ventanales que dan al pasillo y al campo donde juegan los niños. Todo esto nos recrea una atmosfera perfecta, donde se instala el primer conflicto de pareja entre los protagonistas, el sexual, pero también las falsas apariencias y la ambición. Sin embargo hay algo descompaginado en algunas escenas, que más que ver con la escenografía, tiene que ver con la música de fondo y ese efecto de voces pregrabadas de niños jugando en los alrededores de la casa, de pronto el volumen es exagerado y opaca los diálogos de los propios actores en escena.

En este montaje los personajes se van desprendiendo de sus secretos y pensamientos ocultos, que hacen sacar esas verdaderas intenciones de estos seres arrastrados por la ambición, el poder y la ambigüedad poco explícita en lo referente a la sexualidad del protagonista y  la desesperada insatisfacción de su mujer. Esta obra aborda ese patetismo alcohólico del protagonista, donde su salida y escape están en su borrachera, mientras que su esposa sostiene su existencia en una sombría y elegante soledad. Hay una especie de toxicidad en el interior de la familia, algo que no huele bien, esa penosa apariencia de la parentela inofensiva, pero que está a la espera de que el cáncer se lleve al que obstaculiza esas verdaderas intenciones.

La Gata sobre el tejado de zinc caliente, tiene momentos sublimes de intensidad dramática, los personajes  se mueven en un campo acogedor y los actores salen airosos. Con diálogos delirantes y un relato que no decae en ningún momento, esta puesta en escena nos vuelve a mostrar esos descarnados conflictos familiares donde sale lo peor de nosotros cuando se trata de defender -lo que crees que te pertenece- por derechos que te da el linaje. Es una presentación actual y totalmente vigente, que puede explotar en cualquier momento en una familia conocida. Es una obra intensa y que logra mantener la atención y empatía con el público, con escenas notables y a la vez angustiosas.
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