Pompeya: La marginalidad al limite

15 junio, 2022

Por Miguel Alvarado Natali

Pompeya, del dramaturgo chileno Gerardo Oettinger (44), quien viene escribiendo desde hace un buen tiempo dramas realistas con una fuerte tendencia a lo trágico. Y esta propuesta del 2017 no está ajena a ello, con la dirección de Rodrigo Soto, aquí la marginación social, la discriminación y la prostitución travesti se palpa desde el primer momento donde sus protagonista, verdaderas escorias humanas para muchos, se encomiendan a la Virgen de Pompeya para que los cuide en ese mundo de esquinas de sexo, violencia y drogas. Con presentaciones hasta el 18 de Junio en el teatro Mori de Bellavista.

Ha desaparecido un travesti y han apuñalado a una prostituta colombiana, mientras en un departamento modesto de Santiago se encuentra Zuzú, interpretado genialmente por Rodrigo Pérez,-no puedo dejar de mencionar que este personaje me recordó mucho a Pedro Lemebel, pero además al transexual que encarnó en “Los arrepentidos”. Él es un viejo travesti, que tuvo su época dorada en “La Carlina”. Ahora en decadencia ayuda y les da techo a dos jóvenes travestis, un gay y un transgénero que sueña con operarse y tener un esposo, todas ejerciendo la prostitución en la calle, donde la competencia en fuerte con las inmigrantes colombianas y peruanas. Es aquí que uno de los travesti culpa a una colombiana de la desaparición de su “amiga” viéndose enfrascada en una violenta pelea donde la extranjera saca la peor parte desatando una verdadera guerra en las esquinas del Santiago nocturno y marginal.

Con buen vestuario y perfecto maquillaje los actores dan vida a estos travestis que se sitúan en una atmósfera muy bien lograda y cuya escenografía, pese a ser sencilla, nos transporta a ese mundillo descarnado que bordea la miseria y la pobreza. Un termo y cuatro tazas de té sobre una mesa de madera cuadrada con sus sillas, más un refrigerador ochentero dónde se sitúa el altar de la virgen de Pompeya a la cual le encienden velas, vasta para crear una escena notable con una luz tenue. Hay un detalle que es poco frecuente ver en el teatro y es el hecho que inviten a un grupo del público a sentarse arriba del escenario al lado de los actores.

De un relato vivo, coherente y sin perder el ritmo, está puesta en escena atrapa al espectador –aunque se corte la luz, como en esta función-. Es una obra lúcida, potente, fuerte, que no te da respiro y donde los actores se mueven en un campo acogedor, con gran velocidad y una variedad de diálogos estridentes, coléricos y grotescos. Los personajes son del sudmundo, violentos, atrevidos y totalmente enyeguesidos. Hay momentos hilarantes, que por argumentos nos reímos, pero otros porque siempre el chileno se ha burlado del “maricón” y el travesti.

En tanto, los actores están simplemente brillantes y con una versatilidad notable, todos a un gran nivel no solo de trabajo actoral y ponerse tacones, sino un aprendizaje sicológico para entrar en la mente y crudeza de estos: La Beyoncé (Gastón Salgado), se declara transgénero sueña con operarse y dedicarse al canto. Leila (Gabriel Urzúa), es la más violenta, facha pobre y con un odio a los inmigrantes y el Lucho (Guilherme Sepúlveda), un gay cafiche y proxeneta, es el menos amanerado. Aquí salen todos airosos, no hay un actor que esté sobre el otro y eso es la magia del director, que cada personaje se muestre, se saque provecho y llegue a la audiencia.

Pompeya nos sumerge en una realidad desconocida para muchos, un ambiente de carencias, de desamor, de sobrevivencia no solo a la violencia, sino al desprecio y a la discriminación. Es en ese lenguaje agresivo y flaite, donde se habla a “chucha limpia”, pero se respetan ciertos códigos de la calle, el usado como un arma de defensa ante la sociedad. Es un montaje potente, fuerte donde los gritos desgarrados llegan al alma. Escenas que no te dejarán indiferente y por tanto, un espectáculo que hay que ver.

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