El crecimiento acelerado de la población adulta mayor preocupa a expertos, quienes llaman a replantear las políticas públicas y avanzar hacia un modelo de desarrollo más sostenible.
Entre enero y abril de este año se ha registrado una caída en nacimientos de 9,1 % respecto al mismo período de 2024, según informó el INE. La baja alcanza el 41 % si se compara con los indicadores de 2015. Analistas sociales y económicos han encendido las alertas sobre las consecuencias que esta baja en la natalidad, y el consiguiente envejecimiento de la población, podría tener en el futuro cercano de Chile.
“La reducción en la tasa de nacimientos se traduce en un cambio generacional que puede alterar el equilibrio social y económico de manera significativa”, explicó Cristian Blanco, sociólogo y académico de la Universidad de La Serena. A su juicio, la baja natalidad no solo representa una cifra preocupante, sino también un proceso que transforma profundamente la estructura de la sociedad.
“En términos sociales, una población envejecida puede generar una disminución en la vitalidad comunitaria y en la diversidad generacional, afectando la transmisión de conocimientos, valores y tradiciones”, añadió. De hecho, el 14 % de la población nacional ya tiene 65 años o más, de acuerdo con el informe del INE, lo que evidencia un envejecimiento sostenido que reconfigura la estructura demográfica del país y amenaza con desestabilizar tanto el sistema productivo como el tejido social.
El académico también subrayó que este fenómeno incrementa la presión sobre los sistemas de apoyo del Estado. “La carga de cuidado de una población mayor recae en una proporción menor de jóvenes activos, lo que puede generar tensiones en los sistemas de salud y en los servicios sociales, además de aumentar la sensación de incertidumbre y vulnerabilidad en la población”, explicó Blanco, enfatizando el efecto que esta transición demográfica podría tener en la cohesión social del país.
Impacto económico
A nivel internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) advirtió recientemente que Chile será uno de los países del bloque que más desacelerará su crecimiento económico per cápita en las próximas décadas, como consecuencia directa del envejecimiento y la baja natalidad. Las proyecciones muestran que la proporción de personas empleadas respecto del total de la población caerá cerca de 6 puntos porcentuales hacia 2060, lo que comprometería la productividad nacional, la estabilidad del sistema de pensiones y el financiamiento de políticas públicas.
Desde la Universidad de La Serena, la académica del Departamento de Ingeniería Comercial, Lorena Parada, explicó que el problema no es sólo demográfico, sino también estructural: “Económicamente, en términos de natalidad, estamos muy por debajo del nivel de reemplazo. Con el aumento del envejecimiento, se incrementa la presión sobre pensiones y salud, y la relación empleo-población se traduce en menos trabajadores que contribuyen y generan aportes al PIB”.
La especialista en educación financiera propone avanzar hacia una política pública integral, que combine incentivos a la natalidad con medidas estructurales para incorporar más personas al mundo laboral: “Chile debe combinar políticas demográficas de corto plazo, enfocadas en las familias, con reformas estructurales de largo plazo orientadas al mercado laboral, la productividad y la inclusión”. En esa línea, recomienda priorizar la incorporación de mujeres, jóvenes y migrantes al sistema económico; incentivar la corresponsabilidad parental mediante infraestructura como guarderías, y fortalecer la inversión en capital humano, innovación y desarrollo tecnológico.
Desde una perspectiva demográfica, Cristian Blanco concluye que el fenómeno es complejo y multifactorial: “Los patrones de natalidad suelen ser el resultado de múltiples factores interrelacionados, como la situación socioeconómica, el acceso a servicios de salud reproductiva, las condiciones laborales, las expectativas culturales, y la percepción de estabilidad futura. La tendencia actual en Chile refleja no sólo una disminución en las decisiones reproductivas, sino también un proceso de cambio estructural profundo en la forma en que las generaciones jóvenes valoran la maternidad y la paternidad”.